El último territorio humano: sobre Velázquez, la IA y un desfile de moda

A los seres humanos no nos gusta por lo general tomar decisiones. Decimos que sí, que queremos elegir siempre que sea posible, pero la realidad nos suele demostrar que preferimos exactamente todo lo contrario: la comodidad de que nos den las cosas hechas, el refugio de la predictibilidad, la rutina y la certidumbre. Y es lógico, porque si conseguimos que un heurístico u otra persona elija por nosotros, minimizamos el gasto energético. Y es que pensar consume cantidades ingentes de energía. Aunque supone solo el 2% del peso medio de una persona adulta, el cerebro consume más del 20% de la energía que generamos (unos 20 watios al día con una dieta de 2.400 kilocalorías).

¿Puede la IA crear Arte?

Crear arte es un proceso en el que debemos tomar decisiones constantemente. A un trazo le sigue otro, una estrofa continúa con la posterior, a un acorde le acompaña el subsecuente.

¿Puede una IA tomar decisiones?. La forma que tenemos de dar instrucciones a una IA es mediante un «prompt», de forma que con unas someras indicaciones, ésta pueda «centrar el tiro». Pero irremediablemente, el modelo tendrá muchos huecos que rellenar en aspectos que no hemos determinado nosotros en nuestras instrucciones iniciales. Y para cubrir esos vacíos, utilizará información de su modelo de entrenamiento. En el caso de aplicaciones artísticas, esos datos vendrán necesariamente de otras obras anteriores. ¿Y qué referentes artísticos elegirá el modelo?. Tal y como funcionan los LLM en la actualidad, aplicará un cálculo estadístico determinando que la referencia en la que inspirarse sea aquella más popular ó más frecuente en su modelo de entrenamiento.

¿Podrá emocionarnos una creación que ha sido generada usando «valores medios» de referencias del pasado? Creo que la IA podrá generar obras que nos encajen fácilmente dentro de los referentes que consideramos familiares, pero difícilmente podrá sorprendernos. Formalmente, estarán muy bien construidas de acuerdo a unos cánones, pero será complicado que lleguen a generarnos emociones nuevas.

El arte es una cadena de «arrepentimientos»

Un creador toma decisiones típicamente de forma secuencial a medida que avanza en el proceso de elaboración de su obra, mientras que para alimentar una IA el prompt hay que proporcionarlo ex-ante. La IA funciona como si una vez liberado el pincel, no hubiera forma de reenfocar su trazo.

Si has visitado el Museo del Prado en Madrid, habrás observado los «arrepentimientos» en los cuadros de Velázquez. Son aquellos trazos iniciales y bocetos que finalmente el pintor ocultó en capas subsecuentes de pintura.

¿Imaginas el arte sin borrones, sin notas al márgen, sin «arrepentimientos»?

Interpolando en un mundo autorreferente

Los modelos actuales son extraordinarios a la hora de interpolar en un campo de conocimiento específico. De este modo, generan resultados realmente coherentes. No es que sean capaces de «entender» el mundo en el que vivimos, pero saben generar datos que encajan como un guante en ese mundo. Además, por una cuestión de diseño, están sesgados según el corpus de conocimiento con el que han sido entrenados.

Como el filósofo Grady Booch nos recuerda, decía Sagan que «la mente humana hace mucho más que predecir«. Es capaz de generar abstracciones, construir teorías sobre el funcionamiento del mundo, y sobre todo, interpretarlo desde el contexto de la propia experiencia, de nuestros objetivos, deseos y sentimientos.

¿Y por que la IA debe reemplazarnos?

La IA no parece que vaya a reemplazar la capacidad creativa de un ser humano en el corto plazo. Pero la pregunta es «¿por qué demonios debería de hacerlo?».

Parecemos obsesionados por predecir cuándo los modelos de lenguaje llegarán a alcanzar la Inteligencia Artificial General (AGI), en vez de enfocarnos en aplicar la IA intensivamente en aquello para lo que ya ha demostrado que es extremadamente útil.

El mundo de la creación es a fecha de hoy, como dice Javier G. Recuenco, «el último santuario humano«.

¿Tecnocenizos o Aceleracionistas?

Como habitualmente nos recuerda César Astudillo, el desarrollo tecnológico no es bueno per sé, pero es ingenuo pensar que se puede parar y poner en pausa por el miedo a potenciales eventos futuros. ¿Qué habría pasado si hubiéramos pausado a Newton, Darwin ó Einstein?

Entre el pesimismo de los tecnocenizos del progreso que creen que la IA nos llevará irremediablemente al desastre y el aceleracionismo tecnológico según el cual la tecnología no es un medio sino un fin y hay que aceptarla sin filtro, hay un término medio mucho más interesante.

Frecuentemente en mi contexto profesional hago a los equipos de Tecnología la pregunta de «¿para qué quieres desarrollar eso?«. Porque no todo lo que se puede hacer técnicamente, debe de ser hecho. Porque debemos empezar desde el primer momento con el impacto en nuestra organización que tendrá aquel desarrollo tecnológico que promovamos.

Necesitamos la «mirada del filósofo», la que se pregunte el «por qué» y el «para qué», poniendo al humano en el centro.

Minotauros ó Centauros

El líder en las organizaciones debe impulsar la adopción tecnológica desde una perspectiva de «Centauro«, donde la toma de decisiones ocurre en la capa humana y la tecnología impulsa con toda su potencia. El liderazgo desde el mero enamoramiento tecnológico con un enfoque de «Minotauro» donde delegamos la cognición al algoritmo y dedicamos al humano a la pura fuerza tractora, lleva irremediablemente al desastre como sociedad.

Siendo responsable de Diseño de Experiencia Cliente en Iberia,siempre nos obsesionaba en el proceso de diseño el dedicar el tiempo suficiente a decidir sobre qué problemas u oportunidades nos estábamos enfocando («design the right things»), antes de zambullirnos de lleno en la ejecución desde la excelencia («design things right»). En esta época de aceleración gracias a la IA, creo que el humano debe dedicar gran parte de su reflexión a asegurarse de diseñar las cosas correctas, y dejar a la IA que una vez decidido qué diseñar y por qué sea ésta la que nos ayude a ejecutarlo de forma correcta.

La emoción de un desfile de moda

Andaba yo en mis pensamientos sobre todos estos asuntos, y dándole vueltas al último informe de Mario Draghi sobre la competitividad en Europa, cuando los amigos de la Universidad de Diseño, Innovación y Tecnología (UDIT) me invitaron al desfile de sus estudiantes del grado de Diseño de Moda en el contexto de la Mercedes Fashion Week.

Ver sobre la pasarela las creaciones de estas jóvenes promesas era emocionante. Pensar que tenemos una generación de chavales explorando «el último santuario humano» en el contexto de la creación, resultaba fascinante.

Según me comentaban, utilizan extensamente la tecnología y la ciencia de materiales para conceptualizar sus diseños. Pero en último lugar, es su muy personal y buen criterio y su ojo para la creación, lo que consigue que nos emocionemos al admirar sus obras.

Mirando al futuro con optimismo

Creo que los que peinamos ya alguna cana tenemos una responsabilidad a la hora de habilitar mecanismos en las organizaciones que lideramos para impulsar una aproximación a la tecnología desde un punto de vista que facilite el florecimiento de lo humano. Pausar de vez en cuando una visión más utilitarista y orientada a la pura eficiencia y replantear si estamos utilizando la tecnología para construir empresas que no solo «interpolen» de forma muy precisa sino que sepan «hiperpolar» como explica el filósofo Toby Ord. Es decir, hacerse preguntas en direcciones que no pueden ser definidas en el contexto de los ejemplos existentes. Explorar territorios y espacios conceptuales en dimensiones no definidas en la realidad existente.

Nunca fue un mejor momento para dedicarse a la gestión del cambio como en tiempos como los actuales. Disfrutemos el viaje.

El camino menos transitado

El poema “The road not taken” de Robert Frost es sencillamente maravilloso.

Nos habla de la libertad de elección, de la incertidumbre y de la bondad de tomar el camino menos transitado. Tiene un marcado tono melancólico, porque reconoce que elegir es renunciar y que no es posible vivir todas las oportunidades que se presentan y que no se han tomado. El poema cuestiona la idea de que nuestras decisiones sean racionales, e incide en el hecho de que es imposible saber a ciencia cierta el resultado de nuestras acciones.

Two roads diverged in a yellow wood,

And sorry I could not travel both

And be one traveler, long I stood

And looked down one as far as I could

To where it bent in the undergrowth;

Then took the other, as just as fair,

And having perhaps the better claim,

Because it was grassy and wanted wear;

Though as for that the passing there

Had worn them really about the same,

And both that morning equally lay

In leaves no step had trodden black.

Oh, I kept the first for another day!

Yet knowing how way leads on to way,

I doubted if I should ever come back.

I shall be telling this with a sigh

Somewhere ages and ages hence:

Two roads diverged in a wood, and I—

I took the one less traveled by,

And that has made all the difference.

Pensaba el otro día en este poema al reflexionar sobre el valor que aporta la #IA en procesos creativos, en aquellas ocasiones donde precisamente se persigue caminar por territorios inciertos y caminos poco explorados.

He de reconocer que utilizo muy frecuentemente herramientas de IA para romper el “lienzo en blanco” y “calentar motores”. Es una forma muy efectiva de realizar “estiramientos” mentales y empezar a desperezar neuronas.

Sin embargo, creo que puedo contar con los dedos de una mano las veces que en el último año el uso de la #IA me ha sorprendido sugiriendo un camino radicalmente diferente al que ya transitaba. Si bien en los primeros meses se percibía cierta anarquía y locura en los resultados, los LLMs producen ahora en general resultados “muy aseaditos” pero poco inspiradores, y mi hipótesis es que lo hacen por dos motivos fundamentales:

  • Los grandes modelos de lenguaje no son sino mecanismos estadísticos que juegan con las piezas con las que han sido entrenados. Del mismo modo que un set de LEGO permite variaciones a partir únicamente de las piezas que lo componen, la IA en procesos creativos transita por caminos ya abonados, aplicando probabilidades sobre el conocimiento previamente generado. Y es que cuando se habla del peligro de los «sesgos» en la #IA, frecuentemente se centra el debate en los sesgos de género ó raza. Sin embargo, existen muchas otras derivadas de la limitación del corpus de conocimiento usado en el entrenamiento. En un divertido experimento, se trató de que una IA fuera capaz de desescalar un conflicto en una suerte de “Juegos de guerra”. Sin embargo, según el estudio, los LLM no se mostraron especialmente hábiles buscando consensos, porque la humanidad se ha dedicado a luchar, y no existe abundante literatura sobre cómo resolver rencillas.

  • La IA está optimizada para reducir la pérdida y no para maximizar la ganancia. De esta forma trata de reducir el riesgo y no “romper nada”. De hecho, es evidente que los principales modelos trabajan en el contexto de unos enormes “guardarraíles” que impiden abandonar una ruta que podría llevar a resultados que pudieran causar alarma social, incorrección política ó grandes dilemas morales.

De hecho, para introducir variabilidad y pensamiento lateral al proceso creativo, se necesita al humano. De otro modo, circularemos como esas interminables hileras de hormigas que discurren siguiendo el rastro de feromonas de las que les preceden.

Leía hace poco un estudio que indagaba en la paradoja de la exploración científica. Cuando un grupo numeroso de científicos comparte datos y metodología, aumenta su comprensión sobre el trabajo de sus colegas y su confianza sobre el mismo. Sin embargo, se generan “burbujas epistémicas” derivadas de un pensamiento grupal que penaliza sobremanera la exploración de territorios de conocimiento adyacentes. La IA trabaja de forma parecida, promoviendo una suerte de “endogamia creativa”.

Escuchaba hoy el podcast de Jaime Rodríguez de Santiago : «vivimos en la mediocridad» y no paraba de pensar que la tecnología y los algoritmos no han hecho sino promover “la media” y el encaje en una cierta distribución estadística, evitando las “colas”.

Sin embargo, para el desarrollo de procesos creativos, debemos apostar por ser “centauros” cabalgando a lomos de inteligencias artificiales y no autómatas sometidos a ellas. El día que nos demos cuenta de que esto no va de «sustituir por» IA sino de «acompañar con» IA, habremos avanzado muchísimo.

De momento, la capacidad de conectar ideas aparentemente no relacionadas, de crear categorías o conceptos no basados en nada anteriormente desarrollado, parece ser territorio intrínsecamente del hombre, ó como dice Javier G. Recuenco, “santuarios humanos”.

Disfrutemos del camino de la #IA, y abandonémonos al menos transitado.

El Marketing, la Economía y un cuenco de anacardos

anacardos marketing

 

“Great art is as irrational as great music. It is mad with its own loveliness”

George Jean Nathan

 

Imagina que tienes invitados esta noche en casa. Has preparado un delicioso asado digno de “Master Chef” pero como primera atención a tus comensales les ofreces unos aperitivos y un gran cuenco de anacardos.

Llegado el momento de servir el primer plato, retiras los frutos secos y ves cómo tus invitados respiran aliviados al poder dejar de hincharse con ellos en vez de reservar sitio para degustar la deliciosa comida.

Algo parecido a esta anécdota sucedió en los años 70 en casa de Richard Thaler, el reciente Premio Nobel de Economía 2017. El economista observó cómo sus invitados, que compartían profesión con él y eran gente formada, no podían resistirse a la tentación de los anacardos aun sabiendo que era irracional el no parar de comerlos. Desarrollando esta idea se interesó por las palancas que mueven a los individuos a la hora de elegir y explicar por qué, al enfrentarnos a dos opciones, normalmente escogemos la más fácil y no la más adecuada.

La teoría económica clásica ha creído que las decisiones humanas se regían por la razón. Sin embargo el desarrollo reciente de la Economía del Comportamiento (“behavioral economics”) ha puesto de manifiesto que los comportamientos irracionales son los más frecuentes en el ser humano.

Así, algunos casos de comportamiento irracional apoyados por estudios de los padres de esta disciplina (Daniel Kahneman y Amos Tversky) serían por ejemplo:

  • Si regalas a alguien un objeto, al tratar de recuperarlo más tarde deberás pagarle una cantidad superior a la que le hubiera costado a esta persona adquirirlo. Al desprenderse del objeto, el individuo le dota típicamente de un valor mayor que aquel que hubiera estado dispuesto a desembolsar por él para poseerlo.
  • A menudo elegimos no elegir y asumir lo que nos toque, porque tememos más la responsabilidad de haber elegido mal que las consecuencias de una mala elección.
  • Los seres humanos planificamos y ejecutamos. Y rara vez tomamos la misma decisión cuando estamos en modo “planificar” que cuando estamos en modo “ejecución”. Somos inconsistentes en nuestro criterio al acercarnos a la puesta en marcha de aquello que decidimos.

La “Teoría del Empujón” desarrollada por Thaler presupone que el ser humano tiene gran inercia a la hora de tomar decisiones y por este motivo resulta conveniente (aunque sus críticos le acusan de un cierto paternalismo) a la hora de desarrollar medidas públicas con gran impacto social, el dar a la población pequeños “empujoncitos” que les animen a tomar la decisión en la dirección que se presume correcta y más beneficiosa para ellos (ej: ir a la escuela gracias al incentivo que supone el acceso a un menú gratuito para las familias con pocos recursos).

El mérito de Thaler, profesor de la “University of Chicago’s Booth School of Business”, reside no tanto en haber desarrollado una disciplina en la que precursores como Thomas Schelling y Kahneman/Tversky ya habían avanzado de forma muy sustancial, sino en haber conseguido que los mecanismos de su “Teoría del Empujón” hayan sido considerados a la hora de diseñar políticas sociales en la Casa Blanca y el 10 de Downing Street.

La irracionalidad de nuestras decisiones individuales nos lleva como sociedad a frecuentes problemas de gran calado:

  • No ahorramos suficiente para nuestra jubilación, poniendo en riesgo la suficiencia de nuestro sistema de pensiones.
  • Invertimos en bienes inmobiliarios sin percibir la burbuja existente, contribuyendo a acelerarla.

Sin embargo cuando ciertas políticas gubernamentales utilizan pequeños “empujones” para corregir comportamientos sociales, pueden producir beneficios claros. Un ejemplo sería la iniciativa británica de haber inscrito de forma automática a los trabajadores en fondos de pensiones privados teniendo la oportunidad de salir de ellos en cualquier momento, lo que ha supuesto que el porcentaje de trabajadores cubiertos por estos fondos se haya elevado del 42% al 73% entre 2012 y 2016 en Inglaterra.

¿Y qué tiene todo esto que ver con el Marketing?

En casa de Thaler, el Marketing y la Economía siempre han ido de la mano. De hecho su mujer France Leclerc fue profesora de Marketing. En todo caso he aquí algunas de las múltiples lecturas que desde la disciplina del Marketing se pueden hacer a las teorías de Thaler:

  1. Si queremos provocar comportamientos en nuestros clientes, démosles ese “pequeño empujón”, pongámosles las cosas fáciles.

Un ejemplo sería el sistema de recomendaciones de Amazon. Una vez comprado un artículo, constantemente el sistema me recuerda que otros usuarios han comprado también otros objetos. En este caso el pequeño empujón para seguir comprando se ve reforzado por lo que los sociólogos denominan “la prueba social” (nos adherimos a una causa de forma más poderosa si observamos que muchos otros ya lo han hecho antes).

  1. La arquitectura del proceso de toma de decisiones, afecta a la decisión.

Un ejemplo sería a la hora de fijar tramos de precios para diferentes paquetes de productos. Cómo definamos esos rangos de precios nos puede permitir “empujar” al cliente hacia el producto que deseamos que compre (ej: tarifas telefónicas o de TV por cable).

  1. A menudo nos empeñamos en diseñar productos con multitud de características que el 80% de los usuarios no utilizan. ¿Menos es más?

Un ejemplo sería el de las cámaras réflex con múltiples opciones de control manual pero que incorporan además una función semiautomática que es la más utilizada por fotógrafos amateurs. Las opciones de la cámara son múltiples, pero el fabricante «empuja» al usuario no experimentado a utilizar una función con la que conseguir buenos resultados sin demasiado esfuerzo por su parte.

Nunca la Economía y el Marketing han ido más de la mano, y por ello me alegro enormemente por el galardón concedido por la Academia Sueca a Thaler. Si te interesan todos estos asuntos y quieres profundizar en su obra te animo a leer su best-seller “Nudge: Improving Decisions About Health, Wealth, and Happiness”.

Si Newton tuvo su manzana a la hora de formular la Ley de la Gravedad, la magnífica obra de Thaler puede decirse que surgió a raíz de un cuenco de anacardos en una cena con amigos. ¿Irónico e irracional, no es cierto?

 

 

Lecturas adicionales:

http://www.chicagotribune.com/news/opinion/commentary/ct-perspec-thaler-nobel-chicago-economics-sunstein-1010-story.html

http://timharford.com/2017/10/why-thalers-nobel-is-a-well-deserved-nudge-for-behavioural-economics/

http://m.startribune.com/economics-prize-last-of-the-nobels-to-be-awarded/450030503/

https://www.chicagobooth.edu/magazine/fall-2015/features/a-bowl-of-cashews

https://www.forbes.com/sites/johnwasik/2017/10/09/4-reasons-richard-thaler-won-the-nobel-prize/#617d83d5756e

https://www.bizjournals.com/chicago/news/2017/10/18/a-nudge-from-nobel-prize-winner-richard-thaler.html

http://www.bbc.com/mundo/noticias-41551856

http://www.euribor.com.es/2017/10/18/premio-nobel-economia-los-cacahuetes-te-ponen-aperitivo/

En un abrir y cerrar de ojos

Te han pedido que prepares un análisis de cierta situación para presentar a algún decisor. Estudias las diferentes opciones posibles, sus costes y sus consecuencias de forma que éste pueda elegir. Pero invariablemente te ocurre lo mismo: en vez de optar por uno de los escenarios, te siguen solicitando información adicional. Todos los datos, informes y gráficos resultan ser insuficientes. ¿Te ha ocurrido?

En multitud de ocasiones, pedir información adicional no es sino una estratagema para retrasar la toma de una decisión.

Sin embargo ¿tomar el camino correcto depende de la cantidad de información de que dispongamos o en realidad de nuestra habilidad para procesarla? Esa es la pregunta que Malcolm Gladwell intenta responder en su pequeña joya literaria: “Blink: the power of thinking without thinking

En su libro, Gladwell explora el funcionamiento de las decisiones rápidas tomadas por instinto. Y es que ¿por qué damos más valor a decisiones tomadas conscientemente que a aquellas en las que nos valemos de nuestra experiencia, de esas mariposas que revolotean en nuestro estómago diciendo “no, eso no tiene buena pinta”?

Los ejemplos analizados en el libro van desde la identificación de falsificaciones artísticas, a la predicción del futuro de una pareja basada en una somera observación de su conversación, a las citas a ciegas, a las entrevistas de trabajo, a la identificación de futuros éxitos de ventas musicales,…

¿Se puede entrenar de alguna forma ese “sexto sentido” de forma que las primeras impresiones sean más y más fiables? Gladwell apuesta que sí. Y realiza una defensa de la espontaneidad. Un análisis pormenorizado de determinados asuntos hará que “los árboles no nos dejen ver el bosque”.

Pero no todo es blanco y negro. A menudo la utilización de una mezcla entre el análisis y el instinto es la clave. Como por ejemplo en el Hospital Cook County de Chicago, donde un avanzado algoritmo indica a los cardiólogos la posibilidad de que un paciente que acude a urgencias con un dolor de pecho, padezca un infarto. La aplicación de dicho algoritmo, mejora las posibilidades de acierto en el diagnóstico y “libera” a los doctores de una parte de su atención mental, que puede dedicarse a gestionar la información adicional que dicta su instinto.

Y es que en la toma de decisiones a menudo se cumple la máxima simétrica a la pregonada por el genial Mies van der Rohe: “menos es más”. La saturación de información hace la toma de decisiones inoperativa.

En otras ocasiones en cambio, los numerosos sesgos cognitivos ó “mochilas mentales” que acarreamos en base a nuestra experiencia hacen que tomar una decisión “con las tripas” no sea lo más aconsejable.

La próxima vez que los nervios te impidan decidir ante un reto en tu negocio, ¿te atreverás a hacerlo en “un abrir y cerrar de ojos”?

Decisiones: al diario

¿Tomas decisiones de negocio a diario?

Si la respuesta es «NO» entonces probablemente deberías replantearte tu función como responsable de desarrollo de negocio. Aunque en todo caso, no tomar ninguna decisión, constituye en sí mismo una decisión.

Si la respuesta es «SI», entonces mi pregunta sería: ¿Y llevas algún tipo de seguimiento sobre esas decisiones y su impacto?

Por supuesto que nos resultaría imposible llevar un control de todas las decisiones de negocio que tomamos. Muchas de ellas de hecho las realizamos utilizando el pensamiento subconsciente (lo cual facilita sobremanera aquellas cuya naturaleza es repetitiva).

Sin embargo, en aquellas decisiones trascendentales, aquellas en las que sabemos que «nos la estamos jugando», el premio Nobel Daniel Kahneman recomienda que las documentemos en un diario. Si en un proceso productivo existe un control de calidad ¿no debería existir algo similar para los procesos en los que el «producto» es una decisión?

El Profesor Kahneman recomienda llevar un «Diario de Decisiones» y que lo revisemos cada cierto tiempo. En Farnam Street definen el contenido ideal de este diario de la siguiente forma:

1. Incluye la situación y contexto en los que tomaste la decisión.

2. Define el problema al que te enfrentabas y el marco de referencia.

3. Incorpora las variables que gobernaban la situación.

4. Añade tu perspectiva sobre la complejidad de la decisión en ese momento.

5. Dibuja las alternativas que consideraste como sólidas y por qué finalmente no las elegiste.

6. Explica los resultados que esperabas de tu decisión, con un rango de probabilidad.

7. Documenta en qué momento del día tomaste la decisión y cómo te encontrabas (ej: cansado, alegre,…)

Si llevas a cabo este ejercicio y repasas tus decisiones más importantes con la perspectiva del tiempo observarás probablemente tres efectos:

1. Te darás cuenta del sesgo retrospectivo con el que frecuentemente justificamos nuestras decisiones: «es que yo no era consciente de…», «si ya te decía yo que…», «estaba clarísimo que … iba a ocurrir». Para eso lo ideal sería antes de leer el diario tratar de imaginar por qué tomaste aquella decisión. A continuación, lo comparas con lo que documentaste en el diario.

2. Observarás que muchas veces el resultado de aquella decisión ha sido bueno… aunque en numerosas ocasiones por otras razones muy diferentes a aquellas que te llevaron a tomar esa decisión.

3. Aprenderás cuál es de verdad tu «círculo de competencia» y qué decisiones podría haber tomado un mono con mejor resultado final.

Moraleja: Si tomas decisiones a diario –> lleva esas decisiones «al diario»

No hagas el indio

Si naciste en la década de los 70, recordarás la época en la que en las sobremesas de Sábados y Domingos solo podías elegir entre ver pelis de Supermán, Fumanchú o indios y vaqueros. Casi todos mis amigos estaban fascinados por lo duro que era John Wayne y lo rápido que era capaz de disparar el revólver. Yo sin embargo he de confesar que siempre sentí una gran fascinación por los indios.

Hay un viejo proverbio de los Sioux de Dakota que dice algo así como «cuando descubres que estás cabalgando un caballo muerto, lo mejor es cambiar de montura». En decisiones de negocio es en efecto fundamental identificar cuándo estamos «cabalgando sobre caballos muertos» y la mejor opción es abandonar esa montura (reflexionábamos hace poco sobre este asunto en los post «Sprints finales o agujeros negros» y «Una honrosa retirada a tiempo«).

Revisando literatura al respecto descubrí un simpático post de Anders Jacobsen con sus explicaciones personales acerca de qué trampas conceptuales utilizan los responsables de proyecto o producto para no descabalgar monturas que saben que están muertas:

  1. Cambiar de jinete.
  2. Nombrar un comité para que estudie al caballo.
  3. Visitar otros países para ver cómo otros jinetes cabalgan sobre caballos muertos.
  4. Bajar los estándares de forma que los caballos muertos «pasen el listón».
  5. Reclasificar el caballo muerto como «forma de vida desconocida».
  6. Contratar empleados externos para cabalgar el caballo muerto.
  7. Unir varios caballos muertos para incrementar la velocidad.
  8. Dotar al caballo muerto de mayores recursos o fomarlo para mejorar su rendimiento.
  9. Realizar un estudio para averiguar si jinetes de menor peso pueden cabalgar mejor caballos muertos.
  10. Declarar que puesto que el caballo muerto no necesita ser alimentado, cuesta menos y por lo tanto contribuye mejor a la misión de la empresa que otros caballos vivos.

Incorporo alguna de mi cosecha:

  1. Subes a un jinete «defenestrado» a un caballo muerto y ya tienes montado un «banco malo» que más que una carrera de caballos parece un episodio de «The walking dead».
  2. Sabes que es una carrera de caballos muertos, pero es que los competidores también la están corriendo así que te sumas a ella por el qué dirán si no participo o la señal que le mandaría al mercado (clásico inicio de una burbuja).
  3. Provocas una carrera de caballos muertos para que los competidores quemen recursos, creyendo que tú vas a sufrir menos que ellos (gran dosis de riesgo, ojo con creerse el más listo de la clase)

Y en tu experiencia ¿has tenido que cabalgar sobre «caballos muertos»? ¿Cómo tomaste la decisión (si es que lo hiciste) de descabalgar?

Bueno, bonito, barato. El fútbol y la manta corta

good fast cheap

Es por todos conocida la pasmosa habilidad de los argentinos por convertir en poesía todo lo relacionado con el fútbol. «Piquitos de oro» que dan lecciones de oratoria en cada rueda de prensa. Sin embargo, en una ocasión fue el técnico de los «Matadores», el brasileño Elba de Padua Lima “Tim”, el que reflejó sintéticamente el problema habitual al tener que elegir:

«Jugar al fútbol es como tratar de taparse con una manta corta. Si uno se cubre la cabeza es inevitable que se descubra los pies. Y si se tapan los pies, queda destapada la cabeza».

Se refería a la necesidad de concentrar los recursos del equipo en la delantera o en la defensa.

En Marketing ocurre exactamente lo mismo. Siempre estamos debatiendo sobre cómo alcanzar los resultados esperados tratando de manejar diferentes dimensiones a menudo antagónicas. Por ejemplo alcanzar el máximo impacto en nuestro público objetivo con el mínimo presupuesto de publicidad.

La propuesta de valor que hagamos con nuestro producto o servicio deberá también apostar por un elemento claramente, ya que si intentamos perseguir una solución de compromiso, probablemente nuestro posicionamiento sea indiferenciado respecto a la competencia, “ni chicha ni limoná”.

Michael Porter ya lo decía hace tiempo: “la esencia de la estrategia consiste en decidir lo que no se va a hacer”.

El típico “mission statement” de una empresa formulado por un comité que haya caído en el síndrome de la solución de compromiso dirá algo así como: “Ofrecer los mejores productos, al mejor precio, a todo tipo de clientes, con una organización motivada y cumpliendo el código ético”. Aparte de resultar absolutamente anodino (podría servir para una empresa de espárragos de Navarra de la misma manera que para una start-up en San Francisco), se nota a la legua que ha sido cocinado por un comité formado por Marketing, Ventas, RRHH y Financiera: cada uno tratando de arrimar el ascua a su sardina.

Pero cuidado, porque podemos caer en el caso contrario, formulando una propuesta de valor tan exhaustivamente acotada, que sea relevante para un nicho de mercado tan pequeño que no haya beneficio posible. En negocios “long tail” digitales puede ser viable, pero en negocios físicos nos puede ocurrir como a nuestro amigo del post de los picatostes: “No trabajamos el pan tostado”.

Recomiendo la lectura del post de Greg Satell en Forbes: “Marketing buzzwords that you really shouldn’t use”. En él alerta sobre esas propuestas de valor tan cerradas que el público objetivo al que le pueden resultar relevantes es virtualmente nulo.

¿Bueno, bonito, barato? Tengo una mala noticia: solo puedes elegir dos.

A largo plazo todos muertos

Decía el genial economista británico John Maynard Keynes que “a largo plazo, todos muertos”, criticando la natural tendencia de los analistas económicos que, incapaces de explicar las evoluciones y bruscos cambios del presente, afirman que no hay que preocuparse, porque a largo plazo las aguas volverán a su cauce.

Un curioso estudio de Harvard Business School analiza cómo las decisiones de los individuos se ven afectadas por el plazo esperado en el que dichas elecciones tendrán efecto. Así, por ejemplo, una lista de la compra elaborada una semana antes de ir al supermercado contendrá productos mucho más saludables que aquella redactada apenas unas horas antes de la compra.

Muchas decisiones difíciles se facilitan de forma asombrosa cuando se distancian en el tiempo el momento de la elección y el instante en el que tendrá efecto. De esta forma, si preguntamos a un grupo de consumidores si están de acuerdo en aumentar los impuestos sobre los combustibles fósiles, serán mucho más propensos a valorar los efectos positivos sobre el medio ambiente y menos conscientes de la penalización en sus bolsillos, cuanto mayor sea el plazo de implantación de esa medida.

Del mismo modo, el político al borde de acabar el periodo de gobierno se comprometerá a cumplir un programa mucho más ambicioso de lo que realmente cree viable conseguir ya que, al borde del final de su mandato, se encomendará a Keynes y pensará: “hoy me llevo la gloria, y mañana, en el largo plazo, todos muertos”.

En Marketing, esta desconexión entre la elección a corto plazo sobre productos cuyo resultado se verá a largo plazo hará que tengamos que ser cautos ante los resultados de los estudios de mercado previos al lanzamiento de un producto. Cuando un consumidor te dice en una encuesta sobre un potencial producto «probablemente lo compraría», te recomiendo que le apliques un factor corrector a su respuesta.

Al fin y al cabo el verdadero momento en el que el cliente retrata su decisión es en la compra. Por eso es tan cierta aquella expresión marketiniana de «no me digas lo que te gusta, enséñame la factura». Es decir, no me cuentes lo que «te gustaría que te gustara» sino déjame ver lo que finalmente has comprado.

La rana hervida

Hay una vieja historia que ignoro si es cierta acerca de cómo hervir una rana en un puchero sin que ésta salte fuera del mismo. A mí me la contó mi padre, y cualquier cosa que te cuente tu padre ha de ser tomada como cierta (al menos hasta cumplir los 15 años, momento aproximado en el que se caen muchos mitos).

Cuentan los entendidos, que para hervir una rana viva debes de ir subiendo regularmente la temperatura del fuego, en intervalos tan pequeñitos que el incremento de temperatura resulte apenas perceptible para el pobre batracio. Al final, el tierno animalillo quedará literalmente “cocido” sin apenas haberse movido.

Recordé la vieja historia de la rana al leer la sinopsis del último libro del aclamado profesor de Harvard, Clayton Christensen, titulado “How will you measure your life”. Christensen habla del peligro de adentrarse en la forma de pensar en términos marginales. Cuenta cómo este tipo de razonamientos son el principio del fin de negocios con muy larga trayectoria. Pone como ejemplo a Blockbuster, que fiel a su modelo ignoró la entrada de un nuevo competidor, Netflix, que le “barrió del mapa”.

La teoría económica nos indica que para evaluar una inversión deberíamos olvidarnos de todos los costes hundidos y fijos, considerando tan solo los costes e ingresos marginales de esa nueva opción. Pero eso tiene un problema: que inevitablemente llevará a las compañías a apoyar proyectos basados en apalancarse en los recursos de los que ya disponen, en vez de poner en marcha las capacidades que necesitan para ganar en el futuro. El puro análisis económico, casi siempre indicará que la mejor opción de inversión será la incremental, no la disruptiva. Pero como decía Henry Ford: “Si necesitas una máquina y no la compras, al final comprobarás que es como si hubieras pagado por ella y ni siquiera la tienes”.

Mientras que Netflix ponía en marcha un modelo de negocio absolutamente diferente al videoclub tradicional, Blockbuster seguía explorando las posibilidades de obtener ingresos marginales adicionales explotando las jugosas multas que suponían la devolución tardía del DVD. Del mismo modo numerosas empresas evitan la puesta en marcha de nuevos modelos argumentando que son muy caros, sin considerar que o invierten en ellos o el coste futuro será mayor al quedar “fuera de juego”.

Al final, Christensen traza el paralelismo con una moraleja ética: es mejor hacer las cosas bien el 100% de las veces que el 98% y pone como ejemplos los numerosos escándalos financieros de los últimos años. Si hago “trampas al solitario” cometiendo un error a sabiendas y apoyándome en el argumento de que el impacto marginal del mismo es mínimo, correré la misma suerte que aquel que se planteaba “¿cuántos pelos se le deben de caer a alguien para ser considerado calvo?”

Y tú ¿te aplicas la teoría marginal? ¿cómo hervirías la rana? Por cierto, que en descargo de mi padre hay que decir que la historia “se non è vero, è ben trovato”.

Cómo comerse un elefante

Si alguna vez has tenido ocasión de participar en una dinámica de grupo en la que se pretenda resolver algún asunto complejo, habrás podido observar lo habitual que resulta caer en el “pensamiento grupal” en el momento en que un individuo asume el rol de líder y se lanza cuesta abajo y sin frenos en búsqueda de soluciones sin haberse parado a analizar el problema.

En el Marketing, resulta tentador caer en el mismo error, centrándonos en la cantidad de supuestos problemas que es capaz de resolver nuestro producto sin haber analizado en profundidad la necesidad que tiene un cliente. Se le atribuye a Henry Ford la frase: “Si le hubiera preguntado a la gente qué querían, me habrían dicho que un caballo más rápido”. Es decir, si no hubiéramos sido capaces de averiguar que lo que quería cubrir un potencial consumidor del Ford T era una necesidad de transporte y no comprarse un artilugio que ni siquiera podía imaginar, hoy podríamos ir todos montados en veloces corceles.

A menudo debo de defender a capa y espada la figura del Ingeniero trabajando en Marketing. La gente que no lo entiende debería leer la reflexión de Celso en el blog para comprender cuáles son las aptitudes que hacen esa formación tan valiosa cuando de lo que se trata es de resolver problemas, manejar portfolios de producto, modelizar nuevas formas de negocio. Y es que el Ingeniero está acostumbrado a trabajar continuamente en el análisis de problemas y sus causas raíces.

En los MBA se utiliza una metodología parecida para analizar casos de negocio complejos, y que Conor Neill explica estupendamente bien en su muy recomendable blog “Moving people to action”.

  1. Analizar: ¿cuál es el problema?
  2. Pensar: ¿qué alternativas existen?
  3. Discurrir: ¿qué criterios de valoración son relevantes?
  4. Medir: la efectividad de las diferentes alternativas con respecto a los criterios seleccionados
  5. Elegir: la mejor alternativa
  6. Definir: un plan de acción para ponerla en marcha

La próxima vez que te encuentres ante una decisión de Marketing complicada ¿cómo te piensas “comer el elefante”?

el principito