Hacer lo fácil, o hacer lo correcto

Clayton Christensen fue uno de los pensadores sobre gestión empresarial más influyentes de la segunda mitad del S. XX. Desde su cátedra en Harvard, estudiaba los principios que llevaban a explicar el efímero éxito de muchas empresas. ¿Cómo es que a menudo sucumbían al embate de competidores mucho más pequeños que sin embargo ofrecían productos más baratos, sencillos y accesibles?

El reto de la empresa ambidiestra

En “El dilema del innovador”, Christensen expone el reto de la “empresa ambidiestra”, aquella que debe de ser capaz de innovar y explorar, al mismo tiempo que explota su negocio actual. Afirma que las empresas consolidadas (aquellas que realizan solo “innovación incremental”), no están a menudo preparadas para adaptarse a las nuevas tecnologías que trastocan los mercados (“innovación disruptiva”). Además, de forma paradójica, esa mala preparación no se deriva de una mala gestión de su negocio actual, sino de que su enfoque eficiente con el negocio existente no es funcional en situaciones de innovación tecnológica que generan disrupción. Por ejemplo, los análisis de mercado sobre clientes existentes no permiten evaluar mercados que están aún por ser creados.

¿Qué está ocurriendo en nuestras sociedades?

Recordaba estos días a Christensen al observar el páramo de indigencia intelectual existente en el panorama político en España. Líderes sin preparación y sin escrúpulos, condicionan el presente y el futuro de la “empresa” que dirigen. Gestores mucho más solventes del pasado, quedaron desplazados por líderes emergentes de mucha menor talla profesional e ínfima catadura moral.

El fenómeno no es solo nacional. Tras décadas de éxito continuado, los planteamientos políticos tradicionales (que representan la “innovación incremental”), se han centrado en atender a sus clientes más cautivos y “rentables”, es decir, a los votantes más fieles. Sin embargo, al hacerlo, han descuidado a una gran parte del mercado potencial, formado por votantes menos cautivos y más volátiles, que se sienten insatisfechos o ignorados por la oferta política existente. Estos votantes, que representan los clientes no consumidores, son el caldo de cultivo para la “innovación disruptiva”, ofrecida en este caso por planteamientos populistas, que prometen productos más simples, baratos o emocionales, que apelan a los instintos, los prejuicios o los miedos de la gente.

Toboganes morales

Del mismo modo que el agua siempre se encañona por el valle con mayor pendiente, los mensajes políticos, una vez desactivado el espíritu crítico de la ciudadanía, avanzan con fuerza por el camino donde encuentra menor resistencia, que es siempre el de la emoción (miedo al futuro, desencanto con el presente, odio al diferente,…).

Razonar consume energía, y tras años de evolución, nada premia más la naturaleza que el minimizar el gasto calórico. Pensar, analizar, evaluar, elegir,… son verbos que requieren de un esfuerzo ímprobo, desde luego mucho mayor que dejarse guiar “por las tripas”. Desde el punto de vista cognitivo, resulta mucho más sencillo comprar “mercancía escacharrada” que ejercer el librepensamiento.

Pero volvamos por un momento a Clayton Chrystensen. Uno de los elementos de su obra que más me llama la atención es su acercamiento al final de sus días al concepto de “cómo medir una vida bien vivida”. En su escrito “How will you measure your life”, explora el concepto de los “toboganes morales”.

Un “tobogán moral” es una metáfora que utiliza Christensen para describir cómo las personas toman malas decisiones siguiendo el camino incorrecto por ser el de menor resistencia, sin pensar en las consecuencias negativas a largo plazo. Es el clásico “bueno, sé que estoy obrando mal, pero por una vez no pasa nada”. Y es que, una vez tu comportamiento no es intachable en todas y cada una de las ocasiones, cada vez es más fácil estropiciarlo aún más al ser el coste marginal de conducirse por el lado equivocado de la vida, cada vez más pequeño.

La impunidad que siente el líder con escasa catadura moral, es el “fentanilo” en la toma de decisiones y el buen gobierno. Le lleva a un descenso gradual y casi imperceptible, que ocurre cuando se asumen pequeñas concesiones o compromisos, que poco a poco erosionan los principios y los valores. ¿Te suena parecido a lo que nos está ocurriendo en España?

Un tobogán moral puede llevar a una vida infeliz, insatisfactoria o incluso ruinosa. Christensen advierte de la necesidad de tener una visión clara de lo que queremos lograr en nuestra vida, y de no dejarnos arrastrar por la tentación del cortoplacismo o la conveniencia.

La espiral del silencio

La politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann exponía en 1977 en su teoría sobre “la espiral del silencio” que la opinión pública actúa como un mecanismo de control social que premia o castiga a los individuos según se alineen o no con las actitudes percibidas como dominantes en la sociedad. Noelle-Neumann sostiene que los individuos tienen un «sentido» que les permite medir el clima de opinión y ajustar su comportamiento en consecuencia. De esta forma, se crea una espiral que silencia a las voces disidentes y refuerza a las percibidas como mayoritarias, hasta que se encuentra con el «núcleo duro», formado por aquellos que no renuncian a sus principios y valores y que desafían a la opinión pública con su testimonio. La espiral del silencio nos invita a reflexionar sobre el papel que jugamos en la configuración de la opinión pública y el valor que le damos a nuestras convicciones. ¿Somos capaces de construir una catedral moral, o nos conformamos con hacer lo fácil y seguir a la masa y el “pensamiento único”?

Pensamiento Catedral: hacer lo fácil o hacer lo correcto

La primera piedra de la catedral de Colonia fue colocada en 1238. Sin embargo, su construcción terminó en 1880, es decir, 632 años después. Generaciones de maestros artesanos contribuyeron a que esta joya gótica pudiera ver la luz. Cada uno de ellos, era plenamente consciente de que nunca la vería terminada en vida, y sin embargo la existencia de un propósito común les impulsaba a participar en un ejercicio coral donde lo importante no era el “aquí y ahora” sino la contribución marginal a una gran obra.

El “pensamiento catedral” desapareció hace tiempo de nuestra sociedad, y pocos líderes políticos y empresariales son capaces de aplicarlo para desactivar toboganes morales. Aunque no les disculpa, las arquitecturas de incentivos perversas, les llevan a que esos costes marginales de conducirse por el lado oscuro y el corto plazo, resulten ínfimos.

Hemos entrado en el lado de la asíntota de la curva, y ante cada nueva y mayor barrabasada, el impacto en el ciudadano medio ya es marginalmente inexistente. Nos estamos volviendo insensibles frente a la burricie.

Cómo salimos de esto

Va a ser tremendamente complejo. Y es que como decía el demócrata estadounidense Upton Sinclair, “es difícil hacer que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda”.

No tengo una bola de cristal, pero aventuro tres posibles salidas, de más a menos traumática:

  • Las cosas solo pueden empezar a ir bien, una vez que han llegado a ir muy, muy mal: Cuando el desgüazamiento del estado de derecho sea tal que lleve a una situación-país no funcional, cuando hayamos tocado fondo, solo quedará salida hacia arriba. No hace falta describir lo traumático del fenómeno y el sufrimiento que dejaría por el camino, sobre todo en aquellos ciudadanos con menores recursos. Y ni siquiera tocar fondo garantiza retornar a la superficie y podríamos quedar atrapados en el fondo durante decenios.
  • La llegada de un competidor que opere con otras arquitecturas de incentivos: A nadie se nos escapa que las democracias liberales son un caso muy atípico de cómo gestionar una sociedad. Dictaduras y “dictablandas” funcionan como sistema de gestión en la mayor parte del mundo habitado. Cuando esos sistemas empiecen a pasarnos por la izquierda y por la derecha, en el mejor de los casos servirá de revulsivo al ver “las orejas al lobo”. Si no queremos acabar ahí, tendremos que desarrollar sociedades que operen desde otros principios y sean funcionales.
  • Innovación disruptiva que lleve a cambio de paradigma: La potencial llegada de un “cisne negro” que nos impacte de una forma imprevista y que sea capaz de aglutinar voluntades alineadas en una suerte de pensamiento catedral en búsqueda de un bien común y nos saque del “regate corto” actual. El COVID pudo ser uno de esos fenómenos que alineara hojas de ruta y sin embargo creo que precisamente acrecentó las diferencias.

Mi estrategia personal

Cada vez creo menos en obsesionarse con los resultados y más con el proceso. Y es que “un viaje de mil millas, comienza con el primer paso”. Así que paso corto y mirada larga.

Empecemos con inculcar pensamiento crítico y pensamiento catedral en nuestra esfera de influencia. Ejerzamos modelos de “liderazgo elegante” en nuestros equipos y con nuestras familias. Dotemos a nuestros hijos de preparación para desenvolverse en un mundo endiabladamente complejo, promoviendo que busquen entornos donde puedan ser ciudadanos libres e iguales.

Soy en el fondo optimista, las sociedades han superado situaciones infinitamente más complejas. Espero que pronto, estos tiempos infames, hayan quedado en nuestra memoria como un mal recuerdo.

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