Reconoce que a ti te pasa también.
Cada vez observas y escuchas sobre más casos de conflictos estúpidos, de “engorilamientos” extremos que llevan a dos individuos a discutir airadamente sobre los asuntos más banales.
La polarización política, la guerra de sexos, el edadismo,… cualquier excusa vale y todo empuja hacia una sociedad desquiciada. Conducirse por la vida con elegancia y buenas formas empieza a ser la máxima sofisticación. Cuando eres educado, saludas, das las gracias y tratas de hacer la vida más fácil al de al lado empiezan a mirarte con sospecha.
El mundo de las Organizaciones no escapa a dicho fenómeno. Al fin y al cabo, una empresa es un conjunto de individuos con el objetivo de alcanzar una meta (etimológicamente “empresa” viene de “prehendere”: tomar o alcanzar algo), y sus comportamientos no son diferentes a los de la sociedad en la que se desempeña.
Necesitamos desarrollar modelos de “liderazgo elegante”. Y es que la elegancia no tiene solo que ver con la estética, sino con una forma de operar en la vida. Un pensamiento puede ser elegante, si está bien formulado sobre una serie de razonamientos lógicos. Una decisión puede ser elegante, si ha tenido en cuenta un abanico de hipótesis sobre todas las opciones y sus impactos.
El desorden en el pensamiento y el tirar “de tripas” en la gestión de equipos se lleva mal con la elegancia. Sin embargo, un líder que tenga un modelo mental de cómo opera el ser humano, que entienda bien el impacto de lo que hace y de lo que dice, que observe con empatía el efecto de sus decisiones en los equipos y que muestre generosidad en sus planteamientos, es un “líder elegante”.
Lo contrario, podría ser un modelo de liderazgo sociópata, ególatra, pasivo-agresivo o faltón. Si quieres observar ejemplos, te basta con prestar atención al parlamento español, que ilustra perfectamente el camino opuesto al del “liderazgo elegante”.
Si crees que el líder elegante es un “happy-flower” y un “blandito”, estás equivocado. Son personas típicamente valientes, capaces de llevar la toma de decisiones y la acción a niveles muy altos, empeñándose por el camino con intensidad en la formación de equipos de alto rendimiento.
No tratan de vender “mercancía escacharrada”, y tratan a las personas como adultos. Llegan y se van sin hacer demasiado ruido, pero dejando una huella profunda en las organizaciones por las que transitan. Escuchan todos los puntos de vista, incluso los del “contrario” (que no “enemigo”), tratando de hacer siempre la tarta más grande y crear valor incremental. Se sacrifican para que se pueda oír la voz del que no piensa igual, corrigen en privado y halagan en público, no señalan con el dedo cuando algo ha ido mal.
El “liderazgo elegante” no se declara, se practica. Se percibe en cómo se contrata, en cómo se despide, en cómo se desarrolla el talento, en cómo se comunica,… Opera además en el largo plazo, no es esclavo del aquí y el ahora.
Y a estas alturas te preguntarás ¿es el “liderazgo elegante” la única forma de alcanzar resultados? Lo cierto es que no. Hay modelos autocráticos (el “líder X” de McGregor) muy eficaces para tareas que requieran rapidez y ejecución sin discusiones. Sin embargo, mi experiencia me dice que mientras que son capaces de cambiar las cosas, no son capaces de transformar organizaciones. Son líderes que consiguen que vayas a Marte, pero no que te quedes a vivir allí, y su legado es tan efímero como el alcance de su presencia.
Hay un libro al que frecuentemente el gran Javier Cañada se refiere cuando habla de diseño, y es un texto de Óscar Tusquets llamado “Dios lo ve” en el que el autor reflexiona sobre por qué grandes maestros de la arquitectura, la ingeniería el cine o la pintura han llegado al sumun del cuidado en la elaboración de su obra, resolviendo incluso aspectos que ningún ser humano llegaría a percibir o valorar, como si esa obra pudiera ser observada y valorada por un ser superior.
Conduzcámonos por el mundo de las Organizaciones con “liderazgo elegante”. En primer lugar porque resultará en una transformación más profunda y de mayor impacto,… y si no he sabido convencerte, amigo lector, hazlo al menos “porque Dios lo ve”. 😉
A Mario Tascón, in memoriam.



Hola Alberto
¡Cuanta razón tienes!
Si no vamos por el camino que tú propones, estamos llamados a la extinción como sociedad.
Hay que difundir estas ideas dando la batalla educativa, igual que algunos políticos proponen la batalla cultural.
Estamos llenos de mitos y prejuicios.
La educación no está de moda. Por eso aplaudo tu artículo.
Da gusto.
Un fuerte abrazo
Malis