Hacer lo fácil, o hacer lo correcto

Clayton Christensen fue uno de los pensadores sobre gestión empresarial más influyentes de la segunda mitad del S. XX. Desde su cátedra en Harvard, estudiaba los principios que llevaban a explicar el efímero éxito de muchas empresas. ¿Cómo es que a menudo sucumbían al embate de competidores mucho más pequeños que sin embargo ofrecían productos más baratos, sencillos y accesibles?

El reto de la empresa ambidiestra

En “El dilema del innovador”, Christensen expone el reto de la “empresa ambidiestra”, aquella que debe de ser capaz de innovar y explorar, al mismo tiempo que explota su negocio actual. Afirma que las empresas consolidadas (aquellas que realizan solo “innovación incremental”), no están a menudo preparadas para adaptarse a las nuevas tecnologías que trastocan los mercados (“innovación disruptiva”). Además, de forma paradójica, esa mala preparación no se deriva de una mala gestión de su negocio actual, sino de que su enfoque eficiente con el negocio existente no es funcional en situaciones de innovación tecnológica que generan disrupción. Por ejemplo, los análisis de mercado sobre clientes existentes no permiten evaluar mercados que están aún por ser creados.

¿Qué está ocurriendo en nuestras sociedades?

Recordaba estos días a Christensen al observar el páramo de indigencia intelectual existente en el panorama político en España. Líderes sin preparación y sin escrúpulos, condicionan el presente y el futuro de la “empresa” que dirigen. Gestores mucho más solventes del pasado, quedaron desplazados por líderes emergentes de mucha menor talla profesional e ínfima catadura moral.

El fenómeno no es solo nacional. Tras décadas de éxito continuado, los planteamientos políticos tradicionales (que representan la “innovación incremental”), se han centrado en atender a sus clientes más cautivos y “rentables”, es decir, a los votantes más fieles. Sin embargo, al hacerlo, han descuidado a una gran parte del mercado potencial, formado por votantes menos cautivos y más volátiles, que se sienten insatisfechos o ignorados por la oferta política existente. Estos votantes, que representan los clientes no consumidores, son el caldo de cultivo para la “innovación disruptiva”, ofrecida en este caso por planteamientos populistas, que prometen productos más simples, baratos o emocionales, que apelan a los instintos, los prejuicios o los miedos de la gente.

Toboganes morales

Del mismo modo que el agua siempre se encañona por el valle con mayor pendiente, los mensajes políticos, una vez desactivado el espíritu crítico de la ciudadanía, avanzan con fuerza por el camino donde encuentra menor resistencia, que es siempre el de la emoción (miedo al futuro, desencanto con el presente, odio al diferente,…).

Razonar consume energía, y tras años de evolución, nada premia más la naturaleza que el minimizar el gasto calórico. Pensar, analizar, evaluar, elegir,… son verbos que requieren de un esfuerzo ímprobo, desde luego mucho mayor que dejarse guiar “por las tripas”. Desde el punto de vista cognitivo, resulta mucho más sencillo comprar “mercancía escacharrada” que ejercer el librepensamiento.

Pero volvamos por un momento a Clayton Chrystensen. Uno de los elementos de su obra que más me llama la atención es su acercamiento al final de sus días al concepto de “cómo medir una vida bien vivida”. En su escrito “How will you measure your life”, explora el concepto de los “toboganes morales”.

Un “tobogán moral” es una metáfora que utiliza Christensen para describir cómo las personas toman malas decisiones siguiendo el camino incorrecto por ser el de menor resistencia, sin pensar en las consecuencias negativas a largo plazo. Es el clásico “bueno, sé que estoy obrando mal, pero por una vez no pasa nada”. Y es que, una vez tu comportamiento no es intachable en todas y cada una de las ocasiones, cada vez es más fácil estropiciarlo aún más al ser el coste marginal de conducirse por el lado equivocado de la vida, cada vez más pequeño.

La impunidad que siente el líder con escasa catadura moral, es el “fentanilo” en la toma de decisiones y el buen gobierno. Le lleva a un descenso gradual y casi imperceptible, que ocurre cuando se asumen pequeñas concesiones o compromisos, que poco a poco erosionan los principios y los valores. ¿Te suena parecido a lo que nos está ocurriendo en España?

Un tobogán moral puede llevar a una vida infeliz, insatisfactoria o incluso ruinosa. Christensen advierte de la necesidad de tener una visión clara de lo que queremos lograr en nuestra vida, y de no dejarnos arrastrar por la tentación del cortoplacismo o la conveniencia.

La espiral del silencio

La politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann exponía en 1977 en su teoría sobre “la espiral del silencio” que la opinión pública actúa como un mecanismo de control social que premia o castiga a los individuos según se alineen o no con las actitudes percibidas como dominantes en la sociedad. Noelle-Neumann sostiene que los individuos tienen un «sentido» que les permite medir el clima de opinión y ajustar su comportamiento en consecuencia. De esta forma, se crea una espiral que silencia a las voces disidentes y refuerza a las percibidas como mayoritarias, hasta que se encuentra con el «núcleo duro», formado por aquellos que no renuncian a sus principios y valores y que desafían a la opinión pública con su testimonio. La espiral del silencio nos invita a reflexionar sobre el papel que jugamos en la configuración de la opinión pública y el valor que le damos a nuestras convicciones. ¿Somos capaces de construir una catedral moral, o nos conformamos con hacer lo fácil y seguir a la masa y el “pensamiento único”?

Pensamiento Catedral: hacer lo fácil o hacer lo correcto

La primera piedra de la catedral de Colonia fue colocada en 1238. Sin embargo, su construcción terminó en 1880, es decir, 632 años después. Generaciones de maestros artesanos contribuyeron a que esta joya gótica pudiera ver la luz. Cada uno de ellos, era plenamente consciente de que nunca la vería terminada en vida, y sin embargo la existencia de un propósito común les impulsaba a participar en un ejercicio coral donde lo importante no era el “aquí y ahora” sino la contribución marginal a una gran obra.

El “pensamiento catedral” desapareció hace tiempo de nuestra sociedad, y pocos líderes políticos y empresariales son capaces de aplicarlo para desactivar toboganes morales. Aunque no les disculpa, las arquitecturas de incentivos perversas, les llevan a que esos costes marginales de conducirse por el lado oscuro y el corto plazo, resulten ínfimos.

Hemos entrado en el lado de la asíntota de la curva, y ante cada nueva y mayor barrabasada, el impacto en el ciudadano medio ya es marginalmente inexistente. Nos estamos volviendo insensibles frente a la burricie.

Cómo salimos de esto

Va a ser tremendamente complejo. Y es que como decía el demócrata estadounidense Upton Sinclair, “es difícil hacer que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda”.

No tengo una bola de cristal, pero aventuro tres posibles salidas, de más a menos traumática:

  • Las cosas solo pueden empezar a ir bien, una vez que han llegado a ir muy, muy mal: Cuando el desgüazamiento del estado de derecho sea tal que lleve a una situación-país no funcional, cuando hayamos tocado fondo, solo quedará salida hacia arriba. No hace falta describir lo traumático del fenómeno y el sufrimiento que dejaría por el camino, sobre todo en aquellos ciudadanos con menores recursos. Y ni siquiera tocar fondo garantiza retornar a la superficie y podríamos quedar atrapados en el fondo durante decenios.
  • La llegada de un competidor que opere con otras arquitecturas de incentivos: A nadie se nos escapa que las democracias liberales son un caso muy atípico de cómo gestionar una sociedad. Dictaduras y “dictablandas” funcionan como sistema de gestión en la mayor parte del mundo habitado. Cuando esos sistemas empiecen a pasarnos por la izquierda y por la derecha, en el mejor de los casos servirá de revulsivo al ver “las orejas al lobo”. Si no queremos acabar ahí, tendremos que desarrollar sociedades que operen desde otros principios y sean funcionales.
  • Innovación disruptiva que lleve a cambio de paradigma: La potencial llegada de un “cisne negro” que nos impacte de una forma imprevista y que sea capaz de aglutinar voluntades alineadas en una suerte de pensamiento catedral en búsqueda de un bien común y nos saque del “regate corto” actual. El COVID pudo ser uno de esos fenómenos que alineara hojas de ruta y sin embargo creo que precisamente acrecentó las diferencias.

Mi estrategia personal

Cada vez creo menos en obsesionarse con los resultados y más con el proceso. Y es que “un viaje de mil millas, comienza con el primer paso”. Así que paso corto y mirada larga.

Empecemos con inculcar pensamiento crítico y pensamiento catedral en nuestra esfera de influencia. Ejerzamos modelos de “liderazgo elegante” en nuestros equipos y con nuestras familias. Dotemos a nuestros hijos de preparación para desenvolverse en un mundo endiabladamente complejo, promoviendo que busquen entornos donde puedan ser ciudadanos libres e iguales.

Soy en el fondo optimista, las sociedades han superado situaciones infinitamente más complejas. Espero que pronto, estos tiempos infames, hayan quedado en nuestra memoria como un mal recuerdo.

Los libros que me han dejado una profunda huella profesional

Libros…

Hace unos días un buen amigo me preguntó si tenía algún libro interesante sobre “Behavioral Economics”.

“¿Solo uno?” le pregunté. “Tengo muchos, es un asunto que me fascina”.

Acudí a la estantería, y aproveché para ordenar todas las baldas con libros que he utilizado en mi vida profesional. Encontré alguna joyita que ya no recordaba, y rescaté algún otro que tenía pendiente de leer.

Charlie Munger, Bill Gates, Elon Musk y muchos otros referentes en el mundo de la empresa hablan de que el mejor tiempo invertido para desarrollar su visión del mundo, es el tiempo dedicado a la lectura. No puedo estar más de acuerdo y, junto con la escritura, es una de las actividades que más me han ayudado siempre en el desarrollo del pensamiento estratégico.

He intentado en varias ocasiones pasarme al formato digital, pero por algún motivo en los libros técnicos y de ensayo, sigo necesitando de ese ritual de pasar las páginas de papel, marcarlas, avanzar y volver atrás para relacionar varias ideas,…

Además, visualizar la estantería con los libros más o menos categorizados, me ayuda de alguna manera a ordenar mi pensamiento. Puedo valorar si en la última época mi lectura ha estado descompensada, o qué asuntos me han ocupado la cabeza con mayor frecuencia en el pasado reciente.

Hubo además una temporada en la que me agobiaba tener libros sin leer, hasta que este post de “The New York Times “ me llevó a la lectura de “Why You Should Surround Yourself With More Books Than You’ll Ever Have Time to Read”, donde se explica la fascinación de Nassim Thaleb por lo que él llama “Antibibliotecas”. Thaleb pone el ejemplo de Umberto Ecco, poseedor de una biblioteca de más de 30.000 tomos, de inalcanzable lectura en el tiempo material que tiene una vida humana. El valor de esa colección no reside tanto en los libros leídos como en la ingente cantidad de conocimiento potencial de la que Ecco podía hacer uso en un momento dado, en su “potencialidad”.

Y es que los libros que pueblan nuestras estanterías hablan directamente de quiénes somos, de cuáles son nuestros intereses y motivaciones. Es como un retrato robot en el que a través de nuestros referentes de lectura, expresamos cuál es nuestra visión del mundo.

Volviendo a mi pequeña biblioteca y con mi mente de ingeniero, traté con más o menos fortuna de clasificar los libros de acuerdo a temáticas. La verdad es que me resultó algo complejo. ¿Cuál es la diferencia entre Diseño de Productos, Diseño de Servicios, Marketing, Economía, Gestión de personas, Psicología, Sociología,…?

Al final, con alguna dificultad, traté de establecer varias temáticas, de la que voy a realizar una pequeña explicación de la importancia de los 3 títulos por categoría que más me han ayudado:

Behavioral Economics / Toma de decisiones / Teoría del Comportamiento:

  • “Thinking fast & slow” de Daniel Kahneman: se ha convertido en mainstream absoluto, pero creo que ha cumplido la misión de acercar el Behavioral Economics a un público muy amplio.
  • “Micromotives and Macrobehavior” de Schelling: me encanta por lo bien que explica cómo fenómenos relativamente pequeños, escalan y tienen impacto absolutamente descomunal cuando se los estudia a nivel agregado.
  • “Blink. The power of thinking without thinking” de Gladwell: creo que fue el primero de sus libros que cayó en mis manos, y me parece asombrosa su capacidad narrativa para explicar los sesgos cognitivos que operan en nuestro subconsciente.

Economía / Mercados:

  • “A random walk down Wall Street” de Burton Malkiel: me lo aconsejó un amigo cuanto empecé a coquetear con el mercado bursátil, y me encantó su forma de explicar las inversiones pasivas.
  • “Contabilidad y finanzas para no financieros” de Oriol Amat: gracias a él dejé de sufrir en el MBA en clases de Contabilidad y aprendí a disfrutar desgranando los balances 😉.
  • “The world is flat” de Thomas Friedman: me puso sobre la pista sobre lo que con posterioridad acabaría denominándose el fenómeno de la “globalización”.

Innovación:

  • “The tipping point” de Gladwell: explica de forma muy amena cómo algunos fenómenos entran en fase de aceleración y efecto de “bola de nieve” tras alcanzar una cierta masa crítica.
  • “Creativity” de Ed Catmull: cuenta con detalle cómo Pixar Animation Studios gestionaba el proceso creativo, y es fundamental para aquellos que creen que la inspiración les debe de pillar trabajando.
  • “The innovator’s dilemma” de Clayton Christensen: fue el primero en el que vi explicada la diferencia entre los procesos de innovación incrementales y la innovación disruptiva.

Diseño:

  • “This is service design doing” de Stickdorn, Hormess, Lawrence y Schneider: una de las mejores guías con un marcado enfoque práctico para aquellos que se dedican al diseño de servicios.
  • “Universal principles of design” de William Lichwell: una lectura deliciosa para comprender aquellos principios fundamentales en el diseño y la usabilidad, de aplicación inmediata en procesos de creación de objetos ó servicios.
  • “Designpedia” de Juan Gasca y Rafa Zaragozá: una guía con herramientas ampliamente utilizadas en investigación y prototipado de nuevos productos y servicios, en la que participé con algún ejemplo de mi paso por 3M.

Facilitación:

  • “Gamestorming” de Gray, Brown y Macanufo: me gusta mucho su enfoque eminentemente lúdico a la generación de ideas en entornos empresariales, con numerosas actividades propuestas en función de objetivos muy específicos.
  • “Visual meetings” de David Sibbet: fue la primera vez que escuché de la facilitación gráfica y la toma de notas visuales aplicada a documentar sesiones de trabajo o conferencias.
  • “LEGO Serious Play facilitation guide”: un pequeño manual que conseguí tras haber asistido, completamente asombrado, a una sesión de diseño estratégico de marcas a través de la metodología de LEGO.

Comunicación:

  • “El arte de presentar” de Gonzalo Álvarez Marañón: una guía práctica con multitud de consejos a la hora de preparar, documentar y ejecutar una presentación.
  • “Resonate” de Nancy Duarte: un libro indispensable para entender cómo funcionan las estructuras narrativas de mayor impacto en la comunicación de negocios.
  • “La comunicación no verbal” de Flora Davis: un clásico de los años 70 que explica con detalle cómo ser capaces de extraer información de las iteraciones personales a través del lenguaje no verbal.

Marketing:

  • “The dip” de Seth Godin: un ensayo de uno de los escritores que más admiro en el mundo del Marketing sobre cómo saber si merece la pena seguir adelante con una iniciativa de negocio o es mejor re-enfocar los esfuerzos.
  • “The corporate personality” de Wally Olins: un manual clásico elaborado por una de las personalidades más relevantes en el mundo del Branding sobre cómo diseñar y ejecutar iniciativas de marca corporativa.
  • “Positioning” de Al Ries y Jack Trout: un volumen dedicado a la práctica del posicionamiento de una marca en la mente del consumidor, un concepto tremendamente sencillo y al mismo tiempo tan complejo de ejecutar.

Otros:

  • “The inner game of tennis” de Timothy Gallwey: antes de que la fiebre del “coaching” se extendiera en el mundo empresarial, este libro reflexionaba sobre lo que lleva a los atletas de primer nivel a alcanzar un grado de preparación mental que les permita gestas sobrehumanas.
  • “Good strategy, bad strategy” de Rumelt: quizá el mejor ensayo que he conocido sobre Estrategia Corporativa y cómo establecer un plan de acción para ejecutarla. Para aquellos que confunden establecer objetivos con definir estrategias.
  • “Managing for the future” de Peter Drucker: soy un verdadero apasionado de la obra del pensador austríaco, pero me gusta especialmente este libro que resulta plenamente actual a pesar de ser ya un clásico, porque resume muy bien cómo desarrollar una cultura de pensamiento estratégico que permita prepararse para entornos de alta incertidumbre.

Decía Ralph Waldo Emerson que “en muchas ocasiones la lectura de un libro ha hecho la fortuna de un hombre, decidiendo el curso de su vida”. Revisitar mi pequeña y humilde biblioteca empresarial a raíz de la pregunta de mi amigo, ha sido un verdadero placer. Más de 150 volúmenes que representan las disciplinas a las que me he dedicado y los principios de gestión en los que creo.

¿Qué otros libros recomendarías incorporar a la mesilla de noche de aquel que se dedica al diseño de productos y servicios?… espero con mucho interés los comentarios.

El efecto centinela y la estrategia

Carlos Herreros de las Cuevas

Socio en HFC Consultores. Presidente en Santander Coach. Decano de Honor en Santander Business School

NOTA: Este post es una colaboración de Carlos Herreros y ha sido publicado previamente en http://www.knowsquare.es

 

Hace unos meses, el consejo o patronato de la Universidad de Virginia cesó a su presidenta Teresa Sullivan por razones que parecían arbitrarias y con escasa consideración de un “proceso justo”: la rectora del patronato Helen Dragas telefoneó a todos los miembros para asegurarse de su apoyo a la decisión de despedir a Teresa que sólo llevaba dos años en  la presidencia. Cuando la rectora Dragas comprobó que la mayoría la apoyaba, llamó a Teresa y le pidió la dimisión diciéndole que había pedido la confianza del patronato. Profesores y estudiantes reaccionaron airadamente ante lo que les pareció una decisión arbitraria y arrogante.

No hace falta decir que el proceso del patronato fue extremadamente torpe. Los profesores y los alumnos se sintieron atacados por la espalda y durante varios días el patronato fue incapaz de explicar la lógica de por qué sus miembros despidieron a Teresa Sullivan a toda prisa. La opinión de un patrón fue que el patronato quería una presidente que pudiera liderar con un espíritu de “dinamismo estratégico”, una frase que carece de toda precisión e hizo que los miembros de la universidad pensaran que los patronos habían sido más que bobos para dejarse influir por otra de las modas pasajeras (fads) del Management.

A medida que se fue sabiendo más, estaba claro que el patronato estaba preocupado porque Teresa Sullivan era demasiado “incrementalista”. Había dedicado sus dos, y únicos, primeros años desarrollando un nuevo proceso presupuestario para la universidad y los patrones creían que la institución necesitaba un líder transformador que, sobre todo, los llevara al mundo de la formación on-line. De ahí el término “dinamismo estratégico” que utilizaron. Todo esto nos plantea dos preguntas: ¿por qué de verdad despidieron a Sullivan?; ¿y por qué de una forma tan torpe y auto-destructiva? Una hipótesis es que la respuesta a ambas es única y la misma.

Antes del despido, toda la prensa hablaba de la irrupción del aprendizaje on-line desde lo que hasta hace poco era una curiosidad relegada a las universidades que sólo buscaban hacer dinero, hasta que era adoptado por instituciones de élite como Stanford, MIT y Harvard entre otras muchas. Por ejemplo, el año pasado dos profesores de ingeniería de Stanford, Peter Nerving y Jennifer Widom ofrecieron cursos on line sobre mecanización e inteligencia artificial y entre ambos tuvieron más de 250.000 alumnos en todo el mundo. Como escribió un periodista: “aunque los estudiantes no reciben la acreditación de Stanford por su trabajo, acceden a los profesores»; Harvard y MIT destinarán 60 millones de dólares al desarrollo de cursos on-line gratis; otros dos profesores de Stanford que ayudaron a desarrollar la plataforma informática para los cursos on-line han formado la conocida compañía Coursera.

Una hipótesis es que este frenesí de actividad en el aprendizaje on-line es un “acontecimiento centinela”, un evento que concatena varias tendencias a largo plazo que, hasta el momento, habían operado por debajo del “radar social”. Un evento así cristaliza el significado potencial de estas tendencias que, si se toman en conjunto, ofrecen la explicación que cómo pueden alterar y perturbar a las empresas, a los estatus de las jerarquías y a los mercados. Son tendencias que, retrospectivamente, parecían obvias. Clay Christensen las explica muy bien en su libro, sobre todo con el ejemplo de cómo las mini-acererías fueron echando del mercado a los gigantes de los altos hornos. En el caso de la enseñanza, la proliferación de las conexiones de Internet a alta velocidad, la capacidad para procesar y gestionar bases de datos a gran escala, el aumento de la clase media en buena parte del mundo y una cultura emprendedora que está re-conformando la vida universitaria. Considerada separadamente ya  teníamos toda esta información. Lo que no supimos valorar es su fuerza de cambio al tomarlas en su conjunto.

El significado del “efecto centinela” está vinculado tanto a sentimientos de entusiasmo como de ansiedad. Los cursos on-line de Stanford entusiasmaron a los observadores porque permitían que estudiantes de todo el mundo tuvieran acceso al mejor material pedagógico, cualquiera que fuera su extracción social, grupo étnico o geográfico. Pero también crearon mucha ansiedad porque implicaban que se podía “des-intermediar” a las universidades tradicionales. ¿Podrían en el futuro los estudiantes preferir certificados de competencia en habilidades particulares en lugar de títulos de instituciones, especialmente si estos certificados estaban emitidos por instituciones de élite que garantizaban la utilización de la mejor pedagogía y los mejores métodos de evaluación? 

Sostengo que cualquiera que sea el sector empresarial siempre existen “efectos centinela” y en artículos futuros intentaré presentar cómo intentar identificarlos. La neurociencia es una gran herramienta para este fin como creo poder demostrar.

La rana hervida

Hay una vieja historia que ignoro si es cierta acerca de cómo hervir una rana en un puchero sin que ésta salte fuera del mismo. A mí me la contó mi padre, y cualquier cosa que te cuente tu padre ha de ser tomada como cierta (al menos hasta cumplir los 15 años, momento aproximado en el que se caen muchos mitos).

Cuentan los entendidos, que para hervir una rana viva debes de ir subiendo regularmente la temperatura del fuego, en intervalos tan pequeñitos que el incremento de temperatura resulte apenas perceptible para el pobre batracio. Al final, el tierno animalillo quedará literalmente “cocido” sin apenas haberse movido.

Recordé la vieja historia de la rana al leer la sinopsis del último libro del aclamado profesor de Harvard, Clayton Christensen, titulado “How will you measure your life”. Christensen habla del peligro de adentrarse en la forma de pensar en términos marginales. Cuenta cómo este tipo de razonamientos son el principio del fin de negocios con muy larga trayectoria. Pone como ejemplo a Blockbuster, que fiel a su modelo ignoró la entrada de un nuevo competidor, Netflix, que le “barrió del mapa”.

La teoría económica nos indica que para evaluar una inversión deberíamos olvidarnos de todos los costes hundidos y fijos, considerando tan solo los costes e ingresos marginales de esa nueva opción. Pero eso tiene un problema: que inevitablemente llevará a las compañías a apoyar proyectos basados en apalancarse en los recursos de los que ya disponen, en vez de poner en marcha las capacidades que necesitan para ganar en el futuro. El puro análisis económico, casi siempre indicará que la mejor opción de inversión será la incremental, no la disruptiva. Pero como decía Henry Ford: “Si necesitas una máquina y no la compras, al final comprobarás que es como si hubieras pagado por ella y ni siquiera la tienes”.

Mientras que Netflix ponía en marcha un modelo de negocio absolutamente diferente al videoclub tradicional, Blockbuster seguía explorando las posibilidades de obtener ingresos marginales adicionales explotando las jugosas multas que suponían la devolución tardía del DVD. Del mismo modo numerosas empresas evitan la puesta en marcha de nuevos modelos argumentando que son muy caros, sin considerar que o invierten en ellos o el coste futuro será mayor al quedar “fuera de juego”.

Al final, Christensen traza el paralelismo con una moraleja ética: es mejor hacer las cosas bien el 100% de las veces que el 98% y pone como ejemplos los numerosos escándalos financieros de los últimos años. Si hago “trampas al solitario” cometiendo un error a sabiendas y apoyándome en el argumento de que el impacto marginal del mismo es mínimo, correré la misma suerte que aquel que se planteaba “¿cuántos pelos se le deben de caer a alguien para ser considerado calvo?”

Y tú ¿te aplicas la teoría marginal? ¿cómo hervirías la rana? Por cierto, que en descargo de mi padre hay que decir que la historia “se non è vero, è ben trovato”.